Benito Pérez Galdós, el gran narrador de la España decimonónica, usó el vino como símbolo social, político y moral en algunas de sus obras. Aunque no era bebedor habitual, sí fue un agudo observador del papel de esta bebida como reflejo de una nación en permanente conflicto, atrapada entre mundos siempre opuestos.
Por ejemplo, en novelas como Fortunata y Jacinta, Miau o Lo prohibido, se refiere al vino de Jerez como un símbolo de prestigio y de apertura pero, también, como encarnación de la decadencia burguesa. En contraposición, los vinos humildes de Valdepeñas o de Arganda representan en varios de sus textos al pueblo llano, siempre en continua resistencia y fuertemente ligado a sus costumbres.
Galdós retrató así, a través de sutiles referencias a esta bebida, los contrastes de una nación que se debatía entre tradición y modernidad, entre aristocracia o liberalismo, entre patriotismo o adulación de lo extranjero.